28/11/07

LA SOLEDAD DE PLUTO



este fin de semana he puesto el árbol de navidad en casa. cuando era pequeño solíamos hacerlo siempre el 25 de noviembre, justo un mes antes de navidad porqué además de faltar treinta días exactos para nochebuena coincidía con la fecha de cumpleaños de mi abuelo. ahora que ya hace ocho años que murió, aún sigo poniendo los adornos ese mismo día pero no se porqué, no considero que sea un homenaje póstumo ni tampoco me pongo especialmente sentimental al hacerlo. no tengo ninguna historia con él que hable de escribir juntos la carta a los reyes magos o de como me ayudaba a envolver los regalos para mi madre. no, no hay ninguna historia así con él. pero los adornos de mi árbol en cambio, esas esferas violetas metálicas, esos adornos recubiertos de espumillón blanco, esos globos plásticos transparentes con serpentinas irisadas en su interior, todos esos adornos tienen una historia por si solos tan tremenda que merece la pena ser contada. aunque no sea de cuento de niños.

la hermana de mi abuelo siempre fue rara. se cambió su nombre verdadero por otro más glamouroso a los treinta y pocos años, cuando ese temor primigenio que la había acompañado desde pequeña, el miedo a que nadie la quisiera de verdad, le hizo llevar su rareza hasta el punto de convertirse en una mujer totalmente distinta y asegurarse así el cariño que hasta entonces sentía que no se le había dado siendo quien era. se tiñó el pelo de rubio platino, se gastó sus pocos ahorros en un par de caros trajes con plumas de pavo real, se perfiló las cejas y de la noche a la mañana, así lo aseguraba mi abuelo, su letra pasó de ser accidentada y borrosa a ser curvilínea y elegante. lo que nadie de su entorno acertó a pensar fue que entre tintes de pelo, plumas de ave y una lista con los nombres hollywoodienses que sopesaba autoadoptar, esa rareza, eso que nadie sabía explicar y que todos le adjudicaban, empezaba a abrirse camino dentro de ella, profunda y oscura.

finalmente encontró a arturo, un hombre treinta años mayor que ella. era bajito, calvo y obeso, con una gran papada y unos pliegues carnosos en la nuca que le daban un peculiar parecido a alfred hitchcock, sus labios sempiternamente unidos a un puro, y una cuenta corriente capaz de conseguirle a mi tía abuela plumas más exóticas para sus abrigos, tintes de pelo más deslumbrantes y joyas, abrigos, licores, bombones, fiestas de alto copete en la barcelona de los años setenta, partidas en casinos y una casa. una casa en lo alto de una colina des de la que asomarse a la ciudad que un día la tachó de extravagante. se casaron y fueron bastante felices, asistían a carreras de galgos, a cócteles de amigos importantes de él, a fiestas de carnaval. todo lo felices que el dinero les permitía. mi abuelo, mientras, veía con impotencia como su hermana se aislaba más en su mundo de cenicienta y como arturo disfrutaba teniendo a una mujer joven y alocada (en más sentidos de los que estaba dispuesto a admitir) de la que presumir ante sus compañeros sebáceos.

pero arturo murió al cabo de poco tiempo de una ataque al corazón. demasiadas viandas, demasiado roastbeef, demasiado exceso. mi abuelo habló con su hermana ofreciéndole una habitación del piso que él y mi abuela acaban de comprarse pero ella lo declinó, seguramente por considerarlo demasido plebeyo. yo debía tener entonces unos seis años y en las comidas familiares alguien siempre terminaba hablando de ella, de cuanto hacía que no la veían, preguntándose como debía llevar la viudedad de arturo y recordando lo suntuosa que se veía esa casa des de lo alto de la colina. hasta que un verano, no recuerdo el motivo, en una de las múltiples excursiones estivales que hacía con mis abuelos, me ofrecieron de ir a verla.

recuerdo llegar a la ciudad donde vivían y distinguir la casa a lo lejos, efectivamente sola en lo alto de una colina y ver ya entonces en ella el espectro de la casa que debió ser recién comprada porqué ante mi parecía una casa oscura, dormida, perdida en si misma, las persianas medio rotas, el césped convertido en un crocanti de hierba naranja y las flores de las macetas en alambre retorcido. mi abuela no estaba muy segura de que yo debiera entrar a visitar a la hermana de mi abuelo pero parece ser que ella les había dicho por teléfono que tenía ganas de conocerme. no nos habíamos visto aún y yo me la imaginaba rodeada de una halo brillante, fumando cigarrillos con una boquilla quilométrica si bien el estado de la casa ya me estaba advirtiendo que lo que estaba por encontrar era bastante distinto de esa idea que me había montado en mi cabeza, porqué la hermana de mi abuelo vestía de negro riguroso, con una nube de tul gris alrededor de la cara que le daba el aspecto de un fantasma con una nube de tormenta por cabeza, visibles solo sus labios pintados de rojo oscuro. la casa estaba llena de polvo, en desorden, un puzzle mal acabado reflejo de su mundo interno donde las piezas se mezclaban al azar, libros encima de los fogones, plantas dentro de la nevera, fotos de arturo en la ventana. recuerdo su voz sombría, su grito de espanto cuando pasé por delante de una estufa vieja y me advirtió de que la casa podía explotar si alguien se acercaba demasiado a la bombona de gas. y recuerdo también un mueble expositor en el comedor, lleno de copas de cristal viejas y de telarañas espesas como barbas de azúcar. y en medio del estante central, una pequeña figura de pluto, inaccesible, terrorífica en mi recuerdo infantil, rodeada de arañas y moscas muertas. no podía apartar los ojos de esa figura, la fascinación del miedo, de aquello que me resultaba imposible entender: la locura de la hermana de mi abuelo. y no dejaba de preguntarme ¿qué otras estampas terroríficas debía haber en otros rincones de esa casa?

recuerdo intentar poner el pie en el primer escalón para subir al segundo piso de la casa y no ser capaz de hacerlo, la articulación de mi rodilla temblando y un castañeo de dientes porque des de ahí conseguía ver como subía la siniestra curva de la escalera y conseguía ver también un pequeño margen de la pared del pasillo de arriba y darme cuenta, aterrorizado, que las paredes estaban impregnadas con su letra curvilínea. y tan llenas debían estar las paredes de las estancias del piso superior que la letra se desbordaba y empezaba a descender ya por los muros de la escalera, mi miedo tan grande que podía leer lo que había escrito pero no entender su significado. recuerdo poco más de esa primera visita, solo que mi abuelo volvió muy triste y le vi llamar más triste aún a un centro psiquiátrico. entonces fue cuando descubrimos que la rareza de su hermana también se había cambiado el nombre por otro. a partir de entonces se llamó esquizofrenia.

volví a la casa dos años después, cuando ella ya estaba internada en un centro psiquiátrico (no sin antes haberle dado una tremenda bofetada a mi abuelo a quien vivió como un traidor) y la casa estaba a punto de ser derribada. hice jurar y perjurar a mis abuelos que me dejaran ir. necesitaba subir al piso de arriba, ver si las arañas se habían comido finalmente a pluto, rebolcarme en mis miedos infantiles. así que mientras mis abuelos recogían fotos y objetos en la planta de abajo, me puse otra vez frente a la escalera y me di cuenta que en dos años la escritura había bajado hasta casi la planta baja, los muros enmarañados con las curvas y los lazos de sus jotas, pes y ges. subí poco a poco la escalera y empecé a leer las paredes, respirando mi terror lentamente, con un fuelle en mis pulmones. todo eran cartas a arturo, sobre como lo echaba de menos, sobre su nuevo maquillaje, sobre como se había hecho un nuevo vestido para él con recortes de otros antiguos. en según que trozos hablaba de forma más triste, su letra más quebradiza, sobre su ausencia, su vacío. y pensé en lo cruel de su enfermedad, que la aislaba a medias de su dolor, sin voverla loca del todo sino dejándole una porción de conciencia para torturarla. la única habitación en la que me atreví a entrar fué en la suya, porqué la densidad de la letra en las otras habitaciones era tal que se tragaba la luz que entraba por las rendijas de las persiana rotas. encima de la cama se repetía solo una única frase: no quiero estar sola. una y otra vez. y otra. del derecho. del revés. en algunos sitios dejando de ser curvilínea y elegante y volviendo a ser la letra accidentada y borrosa que siempre fue en el fondo. tuve tanto miedo al ver esa pared que no noté a mi abuela llamarme des del quicio de la puerta. de hecho escribo esto y aún se me pone la piel de gallina. lo cierto es que me sentí profanando un santuario, una intimidad que ella y su locura guardaron celosamente de los demás. así que cuando mi abuela me dijo qué hacía allí, para justificar mi invasión, cogí la primera caja que encontré y le dije que me quería llevar lo que había dentro. resultaron ser unos adornos de navidad.

la casa se derribó tres años más tarde y jamás pude saber que había sido de pluto pero pienso que mi tía abuela era como él, perdida en una telaraña de neuronas que jugaban al escondite sináptico, en su alacena de cristal de cuento, triste y sola. cuido sus adornos con cariño, tienen más de treinta años pero estan como nuevos. son brillantes, bonitos, pero vacíos en el fondo. y cada año, cuando abro la caja de adornos me acuerdo de ella y pienso que quizás me los dejó a propósito. que en esas cartas de amor aprendió a echar de menos a arturo y no a su dinero. y que llegó a sentirse querida antes de volverse loca del todo.

21/11/07

REUNIÓN EN LA CUMBRE


ayer tuvimos jornada de reflexión anual con uno de los equipos con los que trabajo. la cosa es que este año, por eso de darle un toque más personal y próximo al asunto, ofrecí mi casa como sitio donde hacer la reunión, que con esta efeméride añade ya una nueva funcionalidad a todas las ya expuestas anteriormente y la convierte casi en parque temático alternativo.

la cosa se inició con la ilustre llegada de los miembros del equipo provinientes de las tierras más lejanas (barcelona y cercanías) el lunes por la noche en régimen de cena, alojamiento y desayuno. fichad la cena: patatas fritas de bolsa para picar (en modalidad vinilo light y en grasienta churrera) mientras el menda se ponía ante los fogones para hacer unos spaghettis con alcaparras, tomate, aceitunas y chile agrietalenguas y ester llegaba des de su casa añadiendo variedad a la rica cena carbohidratada con una deliciosa pizza casera de cebolla y setas, rematado todo ello con un saludable sorbete de limón y turron de yema para contrarestar lo hipocalórico del menú. y no nos olvidemos, por último, de esas litronas, esas claritas, ese lambrusquito y ese tintorrín que sustituyeron al agua para animar un poco el insulso festín macrobiótico que nos estábamos pegando.

a eso de la una de la madrugada, natalie y yo ya estábamos para el arrastre y mientras los demás aún estaban decidiendo quien dormía con quien (los de mb pillan la patente fijo), nosotros nos retiramos uno a cada habitación. por la mañana, nada mejor que despertarse con el alegre politono carnavalesco a doscientos cincuenta decibelios del movil de edgar, que finalmente había dormido conmigo y que, por la expresión de su cara, necesitó como unos veinte segundos para darse cuenta que ni ese era su piso ni el tío a su lado (o sea, yo) su novia rubia. edgar me dijo que él, monica y ester se habían acostado a las tres y media de la magrudaga después de revisar mi dvdteca y tragarse v de vendetta. la casa se iba desperezando poco a poco y me encantaba la idea de poder ir al trabajo en zapatillas. corrijo: que el trabajo viniera a mi en lugar de yo ir a él.

el resto del equipo empezó a llegar pasadas las diez de la mañana con mini bocadillos de escalivada, queso azul, café, té y coca de azucar con los que terminar de asegurar una visita al michelinólogo de la seguridad social. supongo que todos teníamos la idea de coger fuerzas ante la perspectiva de una reunión maratoniana. y a medida que pasaban las horas y el contenido se iba haciendo más espeso, pues nos dábamos cuenta una vez más que no es lo mismo formular objetivos en relación a estrategias de mercado que con personas palpitantes, se hizo presente lo autoexigentes que somos como equipo y lo poco que nos mimamos. laura, edgar, elena y carol salieron a fumar al balcón y apagaron sus colillas en una maceta de plástico de la terraza. laika se paseaba entre nosotros, encantada con toda la atención que se le dispensaba, yo mirándome las zapatillas encantado de poder compartir esta domesticidad con todos ellos. una hora y media más tarde, a punto de salir a comer, la maceta del balcón se había convertido en una obra de chillida por la acción fundente de una colilla mal apagada. nos fuimos al restaurante descojonándonos.

la morriña de la tarde se hizo presente nada más volver, hasta laika se quedó dormida encima de los apuntes que habíamos tomado en grandes hojas de papel. decidimos poner encima de la mesa nuestros afectos y recordarnos que además de las quejas y los malestares, nos podemos decir también cosas agradables y puntos fuertes y no estar siempre con el afán de mejora planeando por encima de nuestras cabezas. cuando se fueron todos, me quedé con una sensación agradable, la de estar a gusto donde trabajo, eso que tan normal se supone en nuestra sociedad de bienestar y que os aseguro, bien pocas veces se consigue. no ha sido nuestra jornada más productiva, eso es cierto, pero sí de las más cohesionantes.
y, encima, con lo que sobró de comida, esta semana me libro de ir al supermercado.

16/11/07

EN SERIE



seguir una serie tiene una parte de ritual que me gusta. cuando la contraporgramación me lo permite (lo cual no suele pasar a menudo), me gusta la administración regular de un capítulo a una misma hora y en un día en concreto, de forma que ese día de la semana pasa a ser el día de la serie en cuestión. de hecho, es tanto el gusto por este ritual que si tengo la serie en dvd procuro administrármela con regularidad a la misma bat-hora y en el mismo bat-canal. una forma de posicionarme ante la irregularidad televisiva es tomando yo el control de lo que aparece en mi pantalla y cada cuando lo hace, de librarme de una programación que aplanaría el encefalograma de cualquiera. un comentarista del periódico de catalunya comentaba con acierto el otro día que solo habría que agradecer la existencia de programas como el diario de patricia si uno pensaba que su función era mostrarnos desgracias tan sórdidas que hicieran que las desgracias de la vida de uno de repente se relativizaran. aún así, apunto más a la buena voluntad del comentarista por salvar el programa que no a la de sus creadores por mostranos trocitos de una realidad escogida.

supongo que la cosa con las series me viene de pequeño. recuerdo que la primera serie que me enganchó fue se ha escrito un crimen. me encantaba tragarme un capítulo entero y no rascar ni bola sobre quien era el asesino/ladrón/tunante. algunas veces grababa los capítulos y luego los veía con mi abuelo, bien aprendido quien era ya el culpable, y montaba una performance para hacerle creer a mi abuelo que iba descubriendo al culpable a medida que avanzaba el episodio. por cada una de mis malas actuaciones como sherlock holmes tramposo, mi abuelo merecía una nominación a los emmy encarnando al abuelo sorprendido antes las dotes detectivescas de su nieto. con el tiempo, he descubierto que el mayor misterio de esa serie era como nadie nunca llegó a sospechar de jessica flecther como principal culpable. quiero decir que después de diez temporadas enteras donde sitio donde iba la fletcher, sitio donde alguien la espichaba, a nadie se le ocurrió pensar que o bien esta tía era una gafe de cuidado o bien conseguía encontrar siempre a un falso culpable siendo ella una estupenda asesina en serie. nunca mejor dicho.

mi buena amiga eva es una addicta total a las series, habiendo llegado a seguir en un momento concreto hasta diez series a la vez. hemos tenido largas conversaciones sobre la falta de respeto que es leer spoilers de los capítulos por internet, yo debanándome los sesos en teorías filosóficas sobre como hacer eso es atentar contra el espíritu de la serie y el fin de entretenimiento con que fue concebida, y ella amparándose en su impaciencia y en que los spoilers a veces son estrategias publicitarias subversivas iniciadas por los propios guionistas.

me gusta el hecho que una serie sea una historia fragmentada, necesitada de horas de calado para transmitir toda una profundidad que a veces una película no puede transmitir. me gusta ver como cada capítulo contiene ya la historia en sí, qué tan determinante es en el avance de su resolución, si lo que hoy sucede es un cabo suelto que se atará más adelante o si en cambio haberme perdido el capítulo de hoy hubiese significado no entender nada. me gusta cuando alguien me pregunta de que va una serie que estoy viendo y les puedo hace un resumen de cinco minutos pero no resumirles la esencia, lo que la historia está transmitiendo en el fondo ni la densidad de algunos personajes a quienes ya he cogido cariño y de quien me se los nombres (uno de los primeros indicadores de que una serie me ha enganchado).

a dos metros bajo tierra es mi serie por el momento, aunque la siguen de cerca perdidos, will y grace y en función de cuan escabrosos se pongan nip/tuck. terminé de ver a dos metros... en febrero de este año pero enganché a mi madre y ahora con ella estamos por la cuarta temporada, viendo un capítulo por semana en mi casa. me gustan esos ratos con ella, hablar de lo bueno que está nate fisher o de la complejidad del personaje de brenda chenowith, de lo indescriptibles que son algunos instantes y de la valentía de los guionistas a la hora de hablar sin tapujos condescendientes de la muerte y por tanto de la vida y de sus aspectos menos convencionales como la locura, la pérdida, el dolor, la dependencia o la prohibición. puedo decir que ha habido capítulos que han cambiado mi forma de ver el mundo en cincuenta y dos minutos y otros que me han dejado con una congoja que me ha acompañado durante días. escenas de las que habría hablado durante horas con alguien pero que de repente te invitan a guardar la experiencia para ti en almíbar. y un final apoteósico que te recuerda que solo porqué sabes que la serie va a acabar en algun momento, cobra sentido su existencia. como la vida misma.

9/11/07

TOLERANCIA AL AMOR



tolerancia: en farmacologia, concepto que hace refrencia al fenómeno por el cual, y especialmente en un proceso de addicción, una misma cantidad de substancia genera cada vez menor efecto.

j era un chaval de unos veintipocos que se había trasladado a cataluña durante el servicio militar. era delgaducho, con el pelo rizado de su padre, la tez morena de su madre, unos ojos saltones heredados varias generaciones atrás y un gen portugués que se había quedado en el apellido. provenía de una familia sevillana y era el hermano mayor de cuatro niñas que lo vivían a la vez como primogénito y padre alternativo cuando al biológico le daba por utilizar la zapatilla en vez de la palabra. con sus veintipoco años enmarcados en las tendencias de los setenta, vestía con pantalones acampanados, camisas de cuello grande y jerseis aterciopelados. tenía cierta afición por el rock de raíces flamencas pero, en general, era poco dado a cultivar su vida interior con música o cualquier otra efeméride cultural. sus días libres los pasaba con sus amigos de cuartel en chiringuitos, en mercadillos, visitando la costa y ese mar con el que tanto había soñado en sevilla y que con el tiempo acabaría generando en él tolerancia (el efecto intoxicante del oleaje iría disminuyendo hasta que solo en los meses de verano fuera necesario visitar el mar).

a era un chica de familia catalana, insegura sobre cual iba a ser su futuro, aunque se veía encaminada ya en ciertos aspectos de su vida: por recomendación paterna y materna llevaba des de los catorce en una misma empresa y había visto pasar ante sus ojos, con una amargura disimulada que estallaría más adelante, la oportunidad de poder estudiar magisterio con una beca. sus padres jamás llegaron a entender eso de la beca y creyeron que era mejor para su hija una entrada de dinero constante que la inseguridad de unos estudios que, segun decía su padre, a su abuelo no le dieron ni la felicidad ni la estabilidad que prometían. su hermana pequeña vivía de forma más alocada y a la admiraba secretamente por esa capacidad de revelarse ante sus padres que, si bien era infantil, demostraba ganas de rehacerse a si misma sin los dogmas parentales. mientras, ella pasaba por ser la buena a costa de un silencio cuyos efectos positivos también empezaban a generar tolerancia (el efecto intoxicante de la aprobación paterna iría disminuyendo hasta que solo en las cenas de navidad fuera necesario recibir un cumplido).

j no estaba decidido especialmente a salir ese fin de semana, aunque el no estar decidido en algo, se daba cuenta mientras pedía un cubata en la barra de la discoteca, era algo que iba adquiriendo solidez en su caracter. el primogénito, lejos de casa. sus amigos, esparcidos por el local. no es que a j le importara mucho el quedarse solo pero mientras daba algun que otro sorbo se preguntaba si siempre iba a ser así, si estar solo y acompañado iban a mezclarse con tanta ambigüedad como el whisky y la coca-cola de su vaso.

a se había comprado unos pantalones acampanados nuevos y su hermana le había dejado las cejas resumidas a la mínima expresión tras una sesión de cosmética en el baño de sus padres. sonaba california dreaming (quizá un designio del vínculo que su hijo haría con gente de esa parte del mundo años más adelante) y la discoteca se había ido llenando. su hermana se había lanzado a la pista a bailar y la invitaba a unirse junto con un grupo de chicos mientras ella ponderaba, como en tantos otros aspectos de su vida, si su satisfacción era real o fingida.

j puso un pie en la pista. a puso un pie en la pista. y entonces las vidas de j y a se cruzaron. no fue un flechazo, ni un momento de película, ni el mundo ralentizó su movimiento. pero se encontraron. y en el movimiento de encajarse y desencajarse, de quererse y acomodarse, de hacerse daño e intenar curarse, de plantearse si querían pasar la vida uno al lado del otro cuando ya habían pasado por la vicaría, de si de la misma forma que se cruzaron en una discoteca de la costa catalana en los setenta podían no haberlo hecho nunca, entonces, aparecí yo.

y a escasas veinticuatro horas de que j y a cumplan 33 años de casados y mi madre celebre que se hace un año mayor, me siento orgulloso de lo que he aprendido con ellos y de ellos, de lo complejo, enorme, maravilloso, fràgil, hipnótico, doloroso, hiriente, etéreo y cicatrizante que el amor (su amor) ha sido y sigue siendo. de como a pesar que su amor también generó tolerancia, han sabido superarla.

1/11/07

EMERGENCIA



salimos del coche. hemos tenido suerte con el parquing del hospital. tengo la mano encima del abdómen, que se contrae y se defiende. ester me accompaña a recepción, coge mi tarjeta sanitaria mientras yo paso por una criba donde me dicen que si quiero avanzar puestos en la lista de espera de urgencias (atención al símil con la radiofórmula) finja que me duele más de la cuenta. le he caído bien a la recepcionista, pero aun así le digo que no finjo, joder, que ya me duele así de intenso. víspera de todos los santos. fiestas en la ciudad donde trabajo. no hay peor momento para visitar urgencias.

hora de entrada: 14:20, 31 de octubre.

mi médico tiene mi edad y es atractivo. empezamos bien. me hace las preguntas de rigor y le explico sobre mi visita ayer al hospital de la ciudad donde vivo. me dijeron que me tomara unos calmantes y que ya se me pasaría. en esa misma visita me atendieron una doctora francesa, un practicante italiano y cuando ya me empezaba a sentir como en juegos sin fronteras (¿os acordais que gracias a él descubrimos países como san marino?), apareció una doctora teutona con las cejas blanco nuclear que me dijo: ¿qué otros idiomas hablarrr tu a parrrte de español? estupendo, esto iba a ser un cruce de anatomía de grey con el primero fascículo de deutsch de planeta agostini.

mi doctor atractivo me palpa el abdómen. al otro lado de la puerta gris oigo vaivén de camas, sillas de ruedas, gritos de dolor de gente, sobre todo niños y ancianos, y todo impregnado de ese olor neutro, ascéptico, que más que tranquilizar me inquieta porqué me parece impoluto, estéril e inhumano. dentro de los cajones del mueble que tengo al lado hay recipientes con tapa roja, etiquetas, válvulas, cápsulas gelatinosas, guantes de latex blanco, agujas, agujas, agujas. una infermera me hace una vía en el brazo derecho, un agujero por el cual pasaran líquidos, substancias. mi doctor me hace incorporar y me palpa la espalda, su contacto me reconforta. miro a través de los tubos como el líquido entra en mi y el dolor se empieza a desvanecer al cabo de un rato como una aspirina en un vaso de agua. pierdo la noción del tiempo.

cuando me despierto ester está a mi lado. he dormido una hora. son las siete. ester tiene que irse y se siente mal por dejarme solo. le digo que no se preocupe, que poco puede hacer ella. llegaran los relevos dentro de nada, se ve que romina está en camino. el teléfono ha estado sonando varias veces, una difusa banda sonora ambiental de llamadas y mensajes. ester se va con una expresión dolida y dos besos de agradecimiento en sus mejillas y yo me quedo mirando al techo, acordándome que justo un día como hoy hace ocho años mi abuelo murió en el hospital de la ciudad donde vivo, y de como en sus últimos minutos vivo miraba a la salida de aire del techo como si esa fuera la entrada al paraíso. recuerdo a mi abuela coger su mano inerte y mientras se la besaba oirle decir: coño, hasta para esto tenías que ser adecuado, morirte la víspera del día de difuntos.

romina ya está aquí y se convierte en mi secretaria por unos instantes, atendiendo llamadas, descifrando mensajes a través de la escasa cobertura del recinto, informándome de los vaivenes del doctor atractivo y de un celador apetecible que también ha aparecido en escena. la voz metálica del alatavoz de recepción va llamando a los familiares y en uno de esos ataques de humor negro mío voy haciendo rimas mentales con los apellidos de los pacientes. cualquier cosa que me distraiga del dolor, el punto en que le pediría al primer doctor que pasara por delante de la puerta que me abriera en canal y me sacara eso que me está doliendo. romina me calma. tus análisis son impecables, tu salud está perfecta, haremos un tac y una eco y miraremos que te está pasando me dice el doctor atractivo y me presenta a un cirujano cubano que me intenta hacer drenar el dolor mientras me va apretando el abdómen. veo a romina al fondo de la habitación, compungida, maternal, sus puños cerrados con fuerza en simpatía con mis contracciones. pienso en que no he avisado a mis padres aún, en como tampoco pueden desplzarse hasta aquí y en que sería preocuparles sin que pudieran hacer nada más.

ya pasó. el celador apetecible me viene a buscar para una radiografía. romina se coordina con mar que parece que va a ser el tercer relevo. vuelta a la habitación. mis compañeras de trabajo llaman des de la cena donde tendría que haber ido. romina se va, no sin antes hacerme perjurar que la llame cuando salga de urgencias. y cuando uno piensa que no puede haber mayor concentración de hombres sensuales en un hospital, cuando uno ya se siente afortunado con el doctor atractivo y el celador apetecible, aparece él, el dios de los infermeros, con su bata blanca, su barba de tres días, todo él efecto analgésico, y me toma de la mano y me lleva a la planta baja a hacerme el tac. me inyectan una solución de yodo que me provoca un calor tremendo, justo lo que me falta con el dios de los infermeros delante. el gusto del yodo en mi boca mientras un escaner me recorre de arriba a abajo. máquinas diseñadas por hombres que tratan a hombres que se sienten como máquinas.

vuelta a la habitación. el tiempo, a estas horas, se ha convertido en un corta-pega-repite. no hay ventanas en la sala donde estoy, pero si está mar, que me suelta un discurso sobre porqué no he avisado a mis padres. su familia y la mía no funcionan igual, eso es todo. se queda conmigo en este tramo final. me habla de otras noches eternas pasadas en hospitales en un antiguo trabajo suyo velando sin descanso a un pequeño enfermo. mar se hace con el control de la habitación, apaga los molestos fluorescentes del techo y enciende la luz de la pantalla donde se colocan las radiografias, con lo que la sala queda envuelta en una espectral luz azulada. he dejado de atender al teléfono ya. el doctor atractivo viene con los resultados: arena en el riñón con la peculiaridad que mi riñón izquierdo está desplazado y por eso el dolor aparecía en el abdómen y no en la espalda. nada alarmante, la arena ya se está expulsando. dosis de buscapina y de metamizol normon al canto. después de doce horas con mi doctor, he empezado a cogerle cariño. le pregunto cuánto más le queda de su ronda. me dice que hasta las nueve de la mañana y que todo esto por solo once euros la hora. le digo que gracias. muchas gracias.

hora de salida: 02:20. 1 de noviembre.

a lo lejos, el sonido de la ciudad en plena fiesta. estoy hambriento. mientras esperamos a eva, que me va a llevar de vuelta a casa, mar me prepara una tostada con queso, tomate, aceite y sal en su cocina. y me da una servilleta para el trayecto. una servilleta de verdad, no una de papel, de tela de color mostaza. y en ese momento, esa servilleta lo es todo: el cariño que he sentido de cada uno de los que me habeis llamado y atendido en esas eternas doce horas. en el coche, eva me mira de reojo, como si mi tostada llevara algo más que queso porqué pongo cara de estar en la gloria mientras me la como. efectivamente, estoy en la gloria. esa tostada es mejor que el aire en mi cara. mejor que mi cama. mejor que una sesión de cuidados intensivos con el doctor atractivo, el celador apetecible y el dios de los infermeros.

espera, rebobinad eso.